Era
una noche fria, taciturna, oscura…tenebrosa. Ella caminaba sola, -al menos eso
era lo que pensaba- rumbo a su casa después de la función de teatro en el pueblo.
En su mente aún tenía el recuerdo de la función, su corazón aún palpitaba
fuerte al recordar las románticas escenas con las que se sentía identificada.
Otras tantas sentía rabia al pensar que el romance había quedado atrás en su
vida. El murmullo de la noche combinaba con sus pasos… [suizz,
suazz…suizz…suazz] así sonaba mientras ella caminaba sobre las hojas secas y
ala vez humedecidas por el frío de la noche. De repente, un extraño ruido logró
sacarla de sus profundos pensamientos… Asustada, muy asustada ella giró rápidamente su cabeza para ver de donde
provenía aquel ruido y que era lo que lo causaba. Sus ojos se abrieron de par
en par y su corazón casi se para cuando miró una sombra entre los árboles,
estuvo a punto de gritar cuando se dio cuenta que sólo era un animal entre los
arbustos. Eso la tranquilizó, así que siguió su camino… No había avanzado
demasiado cuando los truenos empezaron a escucharse por todo el lugar y el
viento empezó a soplar más fuerte… y más frío, era de ese frío que te cala los
huesos y te congela la respiración. Ella miró al cielo con cara de tristeza, se
abotonó su abrigo, cruzó los brazos y aceleró su paso. Sólo quería llegar
pronto a casa, tomar un poco de chocolate caliente e ir a la cama, su cálida
cama, dónde casi siempre se podía encontrar a su gato, ese peludo y cariñoso
amigo que siempre la esperaba.
Pronto,
unas gruesas gotas de agua muy helada comenzaron a caer… lentamente… una tras
otra… una tras otra… y así hasta que el feroz aguacero se precipitó inclemente
por todo el lugar, los árboles se movían fuertemente con el viento, sus copas
se movían de un lado para otro, sus troncos rechinaban y a lo lejos la luz de
los relámpagos. Ella intentó resguardarse bajo una gran roca que había en un
lado del camino, pero era inútil, todo su cuerpo estaba mojado y el frío
carcomía hasta lo más recóndito de sus pensamientos, así que decidió seguir,
pues la lluvia parecía hacerse más fuerte con el paso del tiempo y aún le
faltaba mucho camino por recorrer.
Cuando
ya el ruido de la lluvia no le dejaba escuchar ni sus propios pensamientos,
alcanzó a ver a lo lejos una pequeña luz proveniente de una lámpara que azotaba
el viento. Recordó en ese momento que su abuela le había dicho en repetidas
ocasiones que no se acercara a esa casa jamás, pero nunca le había dicho por
qué. Mientras se acercaba a la casa la chica debatía internamente entre lo que
la abuela le había dicho o perecer bajo esa lluvia inclemente. Al final,
decidió entrar… temblando quizá de frio o quizá de nervios subió los dos
pequeños escalones de vieja y carcomida madera de la parte frontal de la casa y
se acercó a la puerta, era una puerta muy particular, era roja, y tenía unos
raros símbolos grabados en el umbral, entre las tablas de la puerta, una
pequeña rendija dejaba entre ver un rayo de luz. ¡En hora buena! ¡Hay alguien
en casa! Pensó ella, y se animó a tocar… Toc, toc… Toc, toc… Unos pasos
chirreantes se oían venir y se detuvieron justo del otro lado de la puerta.
¿Quién es? Dijo una voz de anciana. “La paz sea con usted” dijo ella con voz
débil y entrecortada. En seguida la puerta se abrió y en el umbral apareció una
pequeña figura femenina, cansada y jorobada. Pero si estás empapada creatura!
Dijo la anciana con tierna voz. ¡Pasa, pasa hija no seas tímida! Toma asiento
por favor, ¿cuánto tiempo llevas bajo la lluvia? Le preguntó la señora. Lo
suficiente para buscar resguardo en su morada respondió la chica. Rápidamente
la anciana llamó a su hijo, un joven de aproximadamente 21 años, pálido y
escuálido, de esos que casi no se les encuentra gracia, y le ordenó traer una
toalla y unas ropas secas y limpias. Usa esto querida, dijo la mujer, puedes
cambiarte en esa pieza del fondo. La chica accedió, caminó sin prisa por el
pequeño pasillo hasta la habitación, extendió su mano, dio la vuelta a la
perilla y la giró, en ese instante notó que la perilla estaba extrañamente
fría… muy fría, ¡enserio! las perillas de los cuartos en las casas no suelen
ser tan frías. Pero ella no le dio importancia, así que entró. Cerró la puerta
y empezó a cambiarse de ropa, primero, se secó un poco la cara, luego el
cabello… se quitó la ropa… se secó un poco… y luego se puso la ropa seca. Con
esto, se sintió un poco más cómoda y obtuvo una mejor movilidad en su cuerpo.
Estaba a punto de salir del cuarto cuando de repente se detuvo, y empezó a
echar un vistazo por toda la habitación. En el lado derecho un señor, con ojos
grandes, mirada fija y una espesa barba café, a su lado, la foto de otro
hombre, éste por el contrario tenía la mirada cándida, era pálido y no tenía
barba, su cabello era rubio y rizado. En la otra pared, la imagen de una dama,
bien vestida, el cabello recogido… lucía muy elegante, pero su cara… su cara
tenía un aire sombrío, gélido, tenebroso, aunque ella sabía que la mujer de la
foto era la dulce anciana que le había permitido entrar a refugiarse en su casa…
En un rincón había una mesa y sobre ella un extraño cofre, que desprendía un
olor extraño. Estuvo allí durante unos segundos tratando de descifrar ese
olor…. Mmm… sí, amoniaco,¡¡¡ eso era!! El olor era de amoniaco. Caminó
despacio… despacio… hasta que estuvo enfrente del cofre, extendió una mano,
extendió sus dedos… ¡Pero no! Se detuvo, se rascó la cabeza en señal de
desespero, luego extendió la otra mano, luego sus dedos y por fin, esta vez si
empezó a abrir el cofre… Muy lentamente… despacio…despacio…despacio… y ¡zaz!
Levantó la tapa… un manto negro había en su interior así que comenzó a levantarlo también… despacio… despacio… despacio y ¡zaz! Quitó el manto. Dio
tremendo grito y casi se va de espaldas al ver que el dichoso cofre estaba
lleno de recipientes con partes humanas… dedos, manos… corazones… hígados…
pulmones… No lo podía creer, su corazón palpitaba a mil por segundo y en ese momento… ¡zaz! Se apagaron las luces
en toda la casa. La chica estaba más asustada que nunca, miraba para un lado,
miraba para el otro pero no veía nada, lo único que lograba era escuchar el
estrepitoso ruido de la lluvia sobre el tejado de la casa. Ella, quería salir
corriendo, quería ayuda, pero las únicas personas que estaban cerca eran las
responsables de todas las partes humanas que había visto en los recipientes. De
pronto, unos pasos se empezaron a escuchar
en la casa y se acercaban a la habitación donde se encontraba la chica.
Eran ellos, no había duda, eran ellos caminando lentamente y la iban a
asesinar, ¿qué le quitarían esta vez? ¿Sus ojos? ¿Su lengua? ¿Sus riñones? Ya
nada podía hacer, el sudor corría por su frente y su espalda, su final… su
final estaba cerca y lo único que pensaba era en su gato, su abuela a la que no
obedeció y en la taza de chocolate que ya nunca, nunca más tomaría…
La
puerta del cuarto se abrió, el sonido de los pasos era más fuerte cada vez, las
respiraciones del joven y la anciana se escuchaban por toda la habitación y
ella podía sentir su presencia… cerró sus ojos con fuerza y respiró hondo… y
una hora más tarde su corazón y demás órganos reposaban dentro de pequeños
recipientes en aquel cofre, sobre la mesa, en la esquina del cuarto de aquella
casa a la que jamás debió entrar, la misma casa en la que su abuelo, el hombre
de la barba café, una tarde entró y jamás volvió a salir, dejando a su abuela
viuda y a su madre huérfana… Esa casa de la puerta roja…
Por:
Lucero Burbano.
1 comentarios:
Gracias a mi amiga Lucero por esta excelente historia... empezamos este año con mucho para compartir mediante el blog nuevas historias... que serán de su agrado
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